QUE NO SE ME ACOSTUMBRE EL CORAZÓN”. (Mary P. Ayerra)
Que no se me acostumbre, Señor, el corazón a ver personas
sufriendo en situación injusta. Que no vea normal tropezarme todos los días con
hombres y mujeres desplazados, sin casa, sin techo.
Que me sorprenda cada día de este mundo que hemos montado
en el que unos tenemos de todo y a otros les falta también
todo.
Que no se me acostumbre el corazón a la mirada triste y
perdida, al gesto caído y desanimado, , a las pocas ganas de vivir,
a cualquier deterioro del hermano, que es su grito desde la
cuneta de la vida.
Que no se me acostumbre el corazón, Señor, a ver como normal
al recién llegado
que cruza el mar para buscar trabajo, al que se ha quedado
sin familia o sin misión
y mañana no encontrará salida a su problema.
Que no se me acostumbre el corazón al que llega al albergue,
de puntillas,
y nunca ha vivido una experiencia igual y se siente humillado
en una fila,
y le avergüenza la situación en que se encuentra y se le caen
las lágrimas al entrar en la habitación.
Que no se me acostumbre el corazón, Señor, a creer que me
quieres como a ellos,
pues seguro que ellos son tus preferidos y por eso me has
puesto en la acogida,
para dar yo contigo la bienvenida y que se sientan a gusto entre
nosotros.
Pon ternura, Señor, en mi mirada; pon caricia en mi mano que
saluda;
pon misericordia en mi mente que hace juicios; pon sabiduría
en mi lenguaje;
pon escucha en mis oídos que reciben.
Hazme anfitrion del hogar del Padre, donde vienen a descansar
cuerpos cansados
de esta vida que tan mal hemos montado.
Que no se me acostumbre el corazón, Padre, al dolor del
hermano en la cuneta.
Que acaricie su historia con ternura .
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